CASTELLI Y EL IMPENETRABLE BAJO EL HUMO DEL SILENCIO: LA DROGA YA NO PASA, SE QUEDA Y MATA
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Niños, adolescentes y jóvenes consumiendo a la vista de todos. Barrios tomados por bunkers, miedo vecinal y un Estado que mira para otro lado. Lo que nadie quiere contar.
Duele escribirlo, pero más duele callarlo. En cada cobertura, en cada recorrido por los barrios y sectores de nuestra localidad, la escena se repite y se agrava: niños inhalando pegamentos, adolescentes consumiendo nafta, jóvenes atrapados por distintas drogas. No es algo oculto ni excepcional. Está a la vista de todos. Si lo vemos nosotros, lo ve cualquiera. Pero nadie quiere contarlo. Nadie parece darle la importancia que merece.
Las drogas —alucinógenos naturales y artificiales— llegaron a cada rincón de nuestra región y de nuestro impenetrable. Castelli no es un lugar de paso: es un lugar de consumo. Y donde hay consumo, hay negocio. Un negocio millonario para unos pocos que se enriquecen a costa de una muerte anunciada para muchos otros.
Los últimos hechos policiales ocurridos en Castelli tienen un denominador común que duele reconocer: personas que actuaron bajo los efectos de alguna sustancia o que son consumidores problemáticos. Son enfermos. Enfermos que muchas veces ni siquiera son reconocidos como tales por sus propias familias, mientras el problema crece sin freno.
La voz del pueblo es clara. En cada barrio, cada sector, cada 200 metros hay un bunker, un punto de venta. Lugares donde los adictos esperan, como rutina diaria, hasta que se abren las puertas. Y cuando hay detenciones, la historia se repite: al poco tiempo vuelven a recorrer las calles como si nada hubiera pasado.
Los narcos ya no se esconden. Habilitan “negocios” que simulan vender dos o tres productos —un hielo, una gaseosa— pero funcionan con un movimiento constante, imposible de disimular. Circulan como si fueran grandes comercios. Los vecinos lo saben, lo ven, pero tienen miedo. Cuando alguien reclama, llegan las amenazas. Hubo ataques a viviendas e intentos de incendios. Todo demasiado raro. Todo demasiado evidente.
En pocos meses, quienes habilitan estos lugares pasan de la nada a autos de alta gama, camionetas y un nivel de vida al que ningún trabajador promedio puede acceder. La pregunta es inevitable: ¿quién controla?, ¿quién habilita?, ¿quién mira para otro lado?
La situación es aún más dolorosa cuando se trata de nuestros niños y jóvenes. En Castelli, el consumo de distintas sustancias es cotidiano. En barrios originarios, el uso de nafta y pegamentos es moneda corriente. En algunos casos, estos productos ya se venden en bolsitas a adolescentes. En Villa Río Bermejito, los llamados “sachet” para inhalar circulan en las comunidades, mientras que en otros sectores con más recursos se accede a drogas más caras.
El Espinillo, Miraflores y otras localidades del impenetrable no son la excepción. El patrón se repite: consumo problemático, naturalizado, extendido y cada vez más temprano.
Hay muchas cosas para decir y muchas responsabilidades para asumir. Tal vez sea momento de pensar medidas de fondo, reales, sin privilegios. Que desde la Legislatura se ordene, por decreto y con carácter obligatorio, controles periódicos en todos los estamentos del Estado. En todos. En los tres poderes. Sin excepciones. Porque combatir este flagelo requiere decisiones incómodas, pero necesarias.
Seguir callando también es una forma de ser cómplices. Y el silencio, en Castelli y en toda la región, ya está haciendo demasiado ruido.