Sáb. Dic 13th, 2025

RÉCORD DE INSEGURIDAD ALIMENTARIA INFANTIL: EN ARGENTINA, UNO DE CADA TRES CHICOS SUFRIÓ HAMBRE EN 2024

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Según el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, 4,3 millones de niñas, niños y adolescentes atravesaron situaciones de inseguridad alimentaria el último año. El 16,5% padeció formas graves del problema. La falta de empleo digno, la pobreza estructural y el deterioro educativo profundizan la emergencia.

La inseguridad alimentaria infantil en Argentina alcanzó en 2024 su nivel más alto en 15 años: el 35,5% de las infancias —unos 4,3 millones de niñas, niños y adolescentes— se vieron afectados por dificultades para acceder a una alimentación suficiente y adecuada. 

El dato surge del más reciente informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina (ODS-UCA), que alerta sobre un deterioro sostenido del acceso al alimento entre las poblaciones más vulnerables.

El documento, titulado «Inseguridad alimentaria en la infancia argentina: un problema estructural observado en la coyuntura actual», advierte que la forma más grave del fenómeno —cuando directamente falta comida en el hogar— afectó al 16,5% de las infancias. Se trata de la cifra más alta desde que se inició la serie en 2010, con picos durante la pandemia y un repunte marcado en el último año.

El informe atribuye el agravamiento del problema a una combinación de factores históricos y recientes. La pobreza persistente, el empleo precario, la desigualdad y la falta de políticas integrales de contención se sumaron al impacto de la inflación y el deterioro económico registrado en 2024.

«La inseguridad alimentaria golpea con más fuerza a hogares pobres, monoparentales y con jefes o jefas con empleos informales o inactivos», sostienen Ianina Tuñón y Agustín Salvia, coordinadores del estudio. 

Según los datos de la serie 2010-2024, en los hogares monoparentales la incidencia fue 12 puntos más alta que en los hogares con dos adultos presentes. Las familias numerosas, de cinco o más miembros, también registraron niveles significativamente más elevados.

Hambre y pobreza infantil: dos caras de la misma emergencia

Durante el primer semestre de 2024, el 67% de las infancias vivía en hogares bajo la línea de pobreza. Si bien en la segunda mitad del año hubo una leve mejora impulsada por la desaceleración de la inflación y aumentos en programas como la Asignación Universal por Hijo (AUH) y la Tarjeta Alimentar, la inseguridad alimentaria se mantuvo en niveles críticos.

La dimensión regional muestra que el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) fue históricamente el epicentro del problema, aunque en 2024 el interior del país se acercó: 36% en el conurbano y 35% en el resto del país.

El rol de la educación y el empleo

Otro de los hallazgos centrales del estudio es el vínculo entre inseguridad alimentaria y trayectorias educativas. Los hogares con niños con deserción escolar o sobre-edad tuvieron niveles mucho más altos de inseguridad alimentaria. Esto, explican los investigadores, se relaciona con la pérdida de acceso a comedores escolares, redes de apoyo y contención institucional.

Desde 2020, la brecha entre infancias escolarizadas y no escolarizadas se profundizó, lo que refleja un deterioro mayor entre quienes quedaron por fuera del sistema educativo.

También el tipo de empleo en el hogar es determinante. En los hogares con trabajos precarios, subempleo o desempleo, la inseguridad alimentaria alcanzó picos del 51% en 2024. En contraste, en los hogares con empleo formal y estable, la cifra fue menor, aunque se mantuvo en torno al 10%, lo que revela que incluso el empleo registrado no garantiza condiciones adecuadas.

Hambre crónica: un drama persistente

Entre 2022 y 2024, más de la mitad de las infancias atravesaron al menos un año en situación de inseguridad alimentaria. El 14,8% la padeció de forma crónica, otro 9,2% empeoró, y apenas el 44,5% se mantuvo libre del problema durante los tres años analizados.

«La inseguridad alimentaria no es estática: hay dinámicas de entrada y salida, pero también casos persistentes que consolidan la vulnerabilidad», señala el informe.

Las transferencias de ingresos como la AUH y la Tarjeta Alimentar tienen un efecto protector, aunque insuficiente. El estudio muestra que reducen la inseguridad alimentaria en 0,81 puntos porcentuales en promedio, pero su impacto no logra revertir los efectos de la precariedad estructural.

«Para enfrentar de manera integral el problema se requiere un enfoque que articule transferencias económicas con políticas de empleo inclusivo, promoción del desarrollo infantil temprano y fortalecimiento del sistema educativo», recomiendan desde el ODS-UCA.

El informe concluye que la inseguridad alimentaria infantil en Argentina es una deuda persistente, cuya magnitud y consecuencias requieren respuestas urgentes, sostenidas y estructurales. El acceso al alimento, subrayan, no puede depender exclusivamente del esfuerzo familiar o de la asistencia fragmentaria, sino de políticas que garanticen derechos.

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