LAS CAUSAS DE LA PRONUNCIADA BAJANTE DEL RÍO PARANÁ
Últimamente los medios de comunicación se refieren al disminuido caudal del Rio Paraná como “bajante histórica”, porque hace 77 años no se registraban valores tan exiguos como los actuales. Sin embargo, en esto la historia nada tiene que ver, en cuanto a explicar el lamentable fenómeno. Excepto sea para reconocer que históricamente nunca antes la incidencia negativa del hombre en el ambiente, significó la destrucción de un recurso hídrico como el Río, de una manera tan catastrófica como en este tiempo.
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La acción del hombre sin ningún tipo de previsión, ni estudios de impacto ambiental han provocado grandes desequilibrios en el entorno natural, que por sumatoria de factores -como la deforestación-, ha desencadenado situaciones climáticas extremas e innumerables pérdidas de recursos naturales, solamente explicables desde el significado del cambio climático. Lamentablemente tomamos conciencia de esta realidad ahora que tenemos el agua a la altura de los tobillos, de tan poca profundidad que tiene el Río.
Es penoso llegar al punto de tener un río casi seco, que nos podría dejar sin agua para el consumo humano en cualquier momento, restringido para la navegación y con recurso íctico menguado, para tomar conciencia de la gravedad de la situación. Las consecuencias de la sequía son evidentes, pero para entenderlas debemos conocer las causas. Y es aquí donde hay mucha tela para cortar.
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El “cambio climático” es un cambio de clima atribuido, directa o indirectamente, a la actividad humana, que altera la composición de la atmósfera mundial y que se suma a la variabilidad natural del clima observada durante períodos de tiempo comparables, según la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. El cambio climático comienza a tornarse peligroso cuando amenaza severamente a las sociedades, sus economías y el mundo natural.
Entre otras causas existen dos factores insoslayables, cuando hablamos de incidencia humana y bajo caudal en los cursos de agua: el excesivo represamiento del Río Paraná en territorio brasileño, -con nada menos que 60 embalses distribuidos en toda la cuenca- y la no menos abusiva deforestación para el uso de suelo con fines agrícolas, industriales o inmobiliarios; sumado a la cuantiosa pérdida de la masa boscosa en las Selvas del Amazonas por incendios forestales.
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La realidad es que aquí casi nada queda en pie, de lo que otrora fueron los exuberantes bosques de la Mata Atlántica, los quebrachales y algarrobales de la Región Chaqueña y por si fuera poco ahora el último reducto virgen de la Amazonía. La realidad es que hace décadas el hombre viene abatiendo árboles en nombre de la civilización y el progreso. Lo cierto es que hemos transformado un vergel, en un infierno de sequía y desolación.
Como bien explicó el geógrafo Alan Forsberg, hace más de veinte años se estudió la incidencia de los ríos atmosféricos en nuestras latitudes. La lluvia que hace caudaloso al Río Paraná se origina en un fenómeno único: los ríos voladores de la Amazonía. Estos procesos extensos de evaporación y precipitación en el bosque crean baja presión atmosférica que atrae constantemente al aire húmedo del océano creando una “bomba biótica de humedad”. Este prodigio sólo funciona en los bosques naturales prístinos.
En síntesis: la pérdida de la masa boscosa incide en forma directa y proporcional con la ausencia de humedad y de las condiciones para que se produzcan lluvias suficientes como para abastecer a nuestros ríos. Ni la vegetación de los bosques clareados artificialmente y explotados, ni de las plantaciones, pastizales o cultivos son capaces de activar la bomba biótica y mantener la humedad suficiente para la vida óptima, tal como la conocimos.
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Todo indica que las condiciones de sequía no mejorarán en el corto plazo, situación que se agrava por el excesivo represamiento del agua en Brasil. Según información de la página web oficial de la Represa de Itaipú, la Cuenca del Paraná, que abastece al embalse, abarca seis estados brasileños y el Distrito Federal. Su región, de 820.000 kilómetros cuadrados, es la más industrializada y urbanizada de Brasil. Concentra un tercio de la población brasileña en centros urbanos como São Paulo, la mayor ciudad de América Latina. En la cuenca hidrográfica con la mayor capacidad instalada de energía eléctrica del país y también la de mayor demanda.
El crecimiento de grandes centros urbanos, como São Paulo, Curitiba y Campinas, en ríos de cabecera, genera una gran presión sobre los recursos hídricos por el enorme consumo de agua para el abastecimiento y también para la industria e irrigación. A esto hay que sumarle la contaminación orgánica e inorgánica que proviene de los efluentes industriales y los agrotóxicos; sumados a la eliminación de la mata ciliar, que contribuyen a elevar el nivel de degradación de la calidad del agua de grandes extensiones, de los principales afluentes del curso superior del Río Paraná.
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También es evidente la amenaza en ciernes de un enemigo invisible: las cianobacterias también conocidas como algas verdiazules, microorganismos fotosintéticos que se originaron hace millones de años y ahora están presentes en la mayoría de los ecosistemas acuáticos. La descarga excesiva de nutrientes de los desarrollos urbanos, agrícolas e industriales, acompañada de un aumento de las temperaturas durante la temporada de verano, crea el caldo de cultivo perfecto para que crezcan exponencialmente.
Estos afloramientos masivos de algas tóxicas presentan numerosos efectos negativos sobre la calidad del agua, afectando su transparencia, olor y sabor y generando una gran variedad de toxinas altamente venenosas, llamadas microcistinas, que se acumulan en la superficie del agua pudiendo constituir un riesgo para la salud y para el medio ambiente.
Frente a este diagnóstico centrarse en la restauración inmediata se presenta como la única acción reparadora posible –además de frenar las causas que originaron esta crisis-, con la aplicación de políticas públicas de gobierno, orientadas enérgicamente a detener y revertir este significativo daño, pasando de la sobre explotación de la naturaleza, a su curación. Cuanto más tiempo nos tome entender estas causas, más tiempo padeceremos las consecuencias del cambio climático, aunque resulte más cómodo y políticamente correcto buscar respuestas en la historia.