
LA NOCHE DE LA TRAICIÓN EN PAMPA BANDERA
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Era un diciembre ardiente, de esos que queman los campos,
la luna alta en el cielo testigo mudo del llanto.
Quitilipi quedó atrás, con su polvo y sus recuerdos,
y hacia Machagai volaban, dos hombres firmes en sueños.
Aguilar iba al volante, la mirada afilada,
y Cejas, a su costado, la mente ya preparada.
Velázquez y Gauna lejos, entre sombras agazapados,
tejían un plan oscuro, un destino calculado.
El puente de Pampa Bandera se alzó como un centinela,
allí el Fiat hizo alto, una trampa bajo estrellas.
Un desperfecto fingido detuvo la travesía,
pero el aire ya olía a pólvora y a traición escondida.
Treinta hombres aguardaban, ocultos en la espesura,
con Winchester y cuchillos, sedientos de una locura.
El silencio se rompió con el grito de los disparos,
y el cielo de la Pampa tembló en aquel escenario.
Más de quinientos balazos cruzaron la noche oscura,
Gauna cayó de rodillas, abrazado a su amargura.
Aguilar, como un jaguar, abrió paso entre el infierno,
luchando con uñas y dientes, trazando un sendero eterno.
Los faros del viejo auto iluminaron el horror,
bajo su luz temblorosa se escribió el último adiós.
Velázquez, entre las sombras, corrió pero fue alcanzado,
la muerte lo abrazó firme y lo dejó derrotado.
La traición no vino sola, una amiga la había sellado,
su voz quebró el silencio, su presión fue el desencanto.
Pero aunque la sangre roja tiñó la Pampa Bandera,
el valor de aquellos hombres dejó su marca en la tierra.
Hoy los vientos traen susurros, historias que no se olvidan,
de aquel puente en la llanura donde la vida se agita.
Aguilar, Cejas, Velázquez, Gauna, nombres del pasado,
vivieron y murieron donde la traición fue sembrado.